El ícono de la música electrónica volvió a su Buenos Aires querida con dos espectáculos inolvidables y estuvimos allí para contártelo.
Crédito de la fotos: Gonzalo López / Estaban Salino
Hay ciertos argentinos que nos posicionan frente al mundo y que, gracias al talento inigualable que despliegan en lo suyo, ponen a nuestro país en lo más alto de la consideración planetaria. Los casos de Lionel Messi y Diego Armando Maradona ya son conocidos hasta el cansancio. Al encontrarnos en cualquier sitio del globo –por más inhóspito y lejano que sea-, al decir de que nacionalidad somos nos contestan siempre balbuceando sus nombres, debido a las hazañas futbolísticas alcanzadas por esos astros del deporte. Son símbolos indiscutidos que levantan la bandera nacional en donde quiera que haya otro argentino. Con Hernán Cattáneo sucede lo mismo, y desde la cúspide de la música electrónica, el “peluca” rebosa magia y calidad con su estilo único, perteneciendo a un selecto grupo de DJs con gloria eterna asegurada.
Eso fue lo que Cattáneo volvió a recordarles a todos el pasado fin de semana, con dos presentaciones impactantes bajo el tráfico aéreo de Ciudad Universitaria, predio ubicado a metros del aeropuerto Jorge Newbery de la ciudad de Buenos Aires. Sus Sunsetsrips no fueron realizados allí de casualidad: el escenario de faraónicas proporciones fue ubicado minuciosamente en esas coordenadas para que los aviones descendieran una y otra vez sobre las cabezas de los fanáticos, a espaldas del artista, como una obsesión de Hernán que lo persigue desde sus tiempos como residente de la legendaria disco Pachá a orillas del Río de la Plata, donde escribió sus primeras páginas doradas de esta historia que hoy trasciende fronteras.
Con inmensa expectativa luego de tres años sin shows del genial artista en la Capital Federal, el público peregrinó por las inmediaciones de la cancha de River Plate hasta llegar al evento como hormigas atravesando la autopista, buscando desembocar en la zona señalada, esperando alcanzar la felicidad al menos por un rato. La masividad que persigue a Cattáneo no es una moda o un envase vacío simplemente para pertenecer. Se trata de múltiples emociones generadas desde la espiritualidad de un viaje celestial, comandado por un piloto que ya tiene adeptos convencidos de que lo que va a ocurrir durante la función es imposible de perdérselo. Por eso casi 30 mil personas acudieron a cada una de sus dos presentaciones.
Con el correr de las horas, existe un consenso generalizado de que el segundo de sus recitales fue superador. Endiablado, el domingo Hernán soltó las amarras de su clásico progressive house y se adentró en mundos oscuros, super grooveros, repasando momentos antológicos de su carrera pero convidando también pasajes frescos y actuales de una escena siempre cambiante. ¿Cómo una sola persona puede generar tanto? Se escuchó preguntar a jóvenes mientras disfrutaban de un potente sonido de excelencia y unas visuales proyectadas en gigantescas pantallas de sublime definición, todo en un ambiente relajado y amigable como solo un genio irrefutable puede lograr ofrecer en un país como el nuestro. El sueño cumplido del profeta en su tierra.
Siguiendo con el domingo y abriéndonos paso a lo estrictamente musical, los giros en la trama de su cuento experimental hicieron siempre entretenida la propuesta de Cattáneo: sus vuelcos permanentes en la narrativa pasearon al público por cada uno de los estados que ellos esperaban afrontar. Verdaderas bombas bailables dejaron en ridículo a esos tristes argumentos que intentan señalar a la música de Hernán como suave o monótona. Fueron seis horas de baile intenso que dejó sin piernas a una multitud ilusionada. Esa ilusión que solo los barriletes cósmicos pueden despertar.