Photo Credit: Walter M. Paz
Los creadores de Afterlife dictaron en Buenos Aires una cátedra de cuatro horas que fue desde el house al techno, con mucha presencia pop, nu disco e incluso rock. Emoción, baile y locura generalizada en un Mandarine repleto con casi 10 mil almas.
El significado del símbolo del sello Afterlife, comandado por Tale Of Us, se explica como el “hombre que se lanza hacia el infinito, que representa el viaje hacia lo desconocido”. Vaya si lo lograron, en reiteradas ocasiones, durante la presentación del dúo italiano en la costanera de la capital argentina el pasado sábado 19 de marzo, luego de actuar en Rosario y antes del cierre de su gira en Mendoza. Tempranamente parados desde el broce de leyendas, los creativos Matteo Milleri y Carmine Conte llevaron a la multitud al terreno de lo inconsciente, generando placeres sensoriales hasta dejar al público de rodillas a sus pies.
En las afueras de Mandarine Park, miles de autos estacionados por doquier, densos controles de seguridad y gente llegando desde distintos puntos de la zona metropolitana evidenciaron la efervescencia del convite. Al borde de entregar la posta al otoño, la última –y fría- noche de verano obligó a arroparse con algo más de lo habitual a los fanáticos que agotaron las entradas de este show esperado desde hace más de dos años, cuando el duo italiano se presentó por última vez en suelo argentino sobre la arena de Mar del Plata en enero de 2020.
El opening estuvo a cargo de Nim, mientras que Øostil protagonizó un contundente warm-up con oscuras corrientes de progressive, tiñendo el clima para la hora señalada. Pocos minutos después de las 3 de la mañana, y luego de un breve intervalo para hacer notar el comienzo de su teatralidad, Tale Of Us irrumpió en el escenario. Especialmente estructurado para la ocasión, se plantaron amplias pantallas gigantes por donde se proyectaron interesantes visuales, con un robot poniendo y sacándose con sus manos la cabeza como punto más alto, aunque sin llegar a la espectacularidad de sus actuaciones europeas.
Con la fiesta en constante ebullición y ante recurrentes comentarios en el aire de estar experimentando algo único y difícil de procesar, el predio pareció imantarse de magia incluso durante la última hora, ante el inevitable amanecer, donde los artistas accedieron a dos tandas de bises como respuesta a los ruegos en cánticos de los desesperados fanáticos. Al dolor irreparable del final, le siguió la caminata zombie más grande los últimos tiempos, con miles de jóvenes pisando botellas de plástico en forma de huida, balbuceando entre ellos lo incomprensible que acababan de vivir.